miércoles, 29 de marzo de 2017

El sábado que trabajé por la tarde

 





He llegado al sofá como un fósil en forma de espiral y allí me he tumbado, con el palo clavado en los riñones.
He imaginado una cuneta llena de flores, recordando  el pánico que me daban los retratos de los empleados febriles y anodinos en relatos que me llenaban el corazón de congoja, desde Galdós hasta Gloria Fuertes,  ¿Seré yo uno  de ésos, padre, seré yo? Una criaturita sin sangre y sin alivio que ve pasar los días y con su cuerpo va rellenando casillas sin darse cuenta que en cada aspa se va quedando un trozo de sí mismo hasta que se desdibuja del todo, de tal manera que ya no sabe quién vino a ser.
Durante dos días ha venido a mí una cita rara; esa idea del borrado de las cosas pero con una dimensión espiritual.
Lo cuento;
el sábado que trabajé por la tarde compré el País, no para mí, y mientras esperaba el metro con mi sempiterno dolor de espalda  me entretuve por si había algo que me apeteciera leer en la contraportada.
Allí estaba la columna de Savater, que sin conocerlo mucho y cayéndome más bien mal, iniciaba el artículo con una referencia a Swedenborg para introducir la triste efemérides de su viudez.
El texto me pareció hermoso, tanto la alusión al borrado progresivo de las cosas que componen la casa del recién muerto , como la tristeza por el vacío que dejó la muerte de su pareja, con la que compartía vida y proyecto literario.
Recuerdo que hasta lo comenté a A. "qué bonito lo que ha escrito Savater", y luego me olvidé del tema.
Hace dos noches , después de haber estado buscando con fruición algo  para leer, me tropecé de nuevo con un pequeño ejemplar de la Historia Universal de la Infamia, y la volví a leer.
A Borges, que me resulta pesado según lo que cuente, siempre lo leo a saltos, por eso prefiero los cuentos.
He aquí que cuando llego al Teólogo de la muerte, me resulta familiar lo del borrado de objetos.
Da mucho miedo pensar que cuando muere un condenado, él no sabe que ya ha muerto, y sigue viviendo en su casa como si tal cosa, sus objetos y sus muebles ,y haciendo lo mismo en lo que él considera que son días idénticos a los de cuando era vivo.
Luego, poco a poco, se van borrando, y al estupor y desconcierto se une la amarga certeza de la nueva situación. y ya ahí puede pasar cualquier cosa, si no eres capaz de claudicar.
Me fijé muy bien en la fuente que inspiró este relato a Borges, y justo al final en efecto alude a la obra de Swedenborg, el mismo que mencionaba Savater en su columna enlutada.
Como Borges se me apareció un día en sueños y me soltó lo de las veinte sendas, está claro que mi búsqueda de lectura está ahora mismo orientada al tal Swedenborg, que al parecer fue teólogo hace unos cuantos siglos y escribió cosas raras bajo la inquietante luz nórdica.
Algo me dice que me va a encantar perderme  en el mensaje oculto de las cosas que se borran como nosotros mismos.
(Foto ; Pendiente del tesoro de los Médici).

2 comentarios:

Genín dijo...

Pues eso es genial, te mueres y es como si siguieras vivo, pero con la ventaja de que no tienes que ir al Mercadona...
¿Donde se apunta uno? :)
Besos y salud

Max B. Estrella dijo...

Este no me ha entrado, Swedenborg me da que no me gustará mucho tampoco.

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