lunes, 24 de marzo de 2014

Comprensión del amor



Lydia se miró al espejo.

Un bonito camisón floreado con delgadas tirantitas,demasiado grácil para su figura oronda,le vestía la silueta como buenamente podía.

Recordó que lo había comprado sin poner objeciones,una tarde cualquiera de sábado de los de dar vueltas,sin mapa ni guía ni plan precocido,en un centro comercial que olía a plástico y a telas y sonaban machaconas sevillanas a un volumen de tortura máxima,como anuncio de las fiestas de primavera cercanas.

Los probadores estaban justo al lado de los trajes típicos de la localidad,de las perchas caían en cascada volantes y faroles de colores furiosos,allí aguantó él mientras ella se probaba junto a otros maridos pacientes desperdigados,guardando una cierta distancia unos con otros,uno leyendo un periódico,otro entretenido con el móvil.

Cuando Lydia se vio ya en casa el camisón breve,y se vio apenas contenida por la prenda,sintió una punzada de tierno dolor.

Supo que el amor era exactamente eso.

Aceptar,dejarse llevar por la dulzura,no usar el sarcasmo,no hundir las ilusiones del otro con un dato real y muy práctico,quizá él debió decir "estás demasiado gorda para eso",pero como ella no lo dijo,él tampoco,y el camisoncillo estaba allí,para hacerla parecer cálida,suave,del sur,eternamente joven.

Lydia,cincuentona,había oído tantas leyendas acerca de hombres buenos,en la familia algunas primas y tías y abuelas hablaban de eso,de los "hombres buenos",que eran como un título de película del oeste,pero que existía como un tipo de hombre que no daba disgustos,cuando lo normal era lo contrario en las oleadas de la pasión más natural e inevitable y entre las páginas de los libros de familia.

Así lo creyó ella durante muchos años,por abuso y confianza de fe en las ideas tradicionales.

Pero ahora él estaba ahí,con su pecho tranquilo para los domingos por la mañana,dejándola hacer,confiando en ella,protegiéndola aun sin palabras ni grandes alharacas;a veces Lydia no era del todo consciente de su presencia y esto le producía nuevas gratitudes.

Aquella vez,delante del espejo,casi tuvo ganas de llorar de amor por él,que estaba en sus cosas ajeno,tan tranquilo.

Tenía razón la maravillosa Lucita Padilla,que le dijo una mañana en la radio que su tía Marinita encontró al amor de su vida con cuarenta y cinco años,y ella,que ya se había divorciado una vez,le dijo que no lo creía,amores de la vida no hay a no ser que una se los invente,le contestó.

Pero a veces las cosas maravillosas e improbables ocurren,y una vuelve a ser hermosa y amada aunque las tetas se escapen de un camisón demasiado chico.

10 comentarios:

Genín dijo...

Pues si...
¿Porqué no?
Besos y salud

Tracy dijo...

Un chute de optimismo y de buena gente.

Nieves Martín dijo...

Pues si Reyes, las cosas maravillosas e improbables ocurren, un cliché fantástico para no perder fuerzas y seguir adelante sin perder el aliento .

Preciosa la pequeña y luminosa vida de Lydia :)

Besos !!

Francisco Espada dijo...

Genial, Reyes. Sin dudas eso es amor, aceptar al otro tal cual es, sin que rer meterla en la piel imposible de Kate Moss, pongamos por caso.
Un beso.

mariajesusparadela dijo...

¡qué maravilla que sepas disfrutarlo!

Elvira dijo...

Muy bien, Reyes, muy, muy bien!!! Todo. Besos!

Luna Llena dijo...

Pues resulta que puedo decir que sí a todo porque yo también he tenido la suerte de conocer a un "hombre bueno" y tu descripción es exacta para él aunque soy delgada y a mi se me deben salir las arrugas.

Un abrazo!

Pdt: nunca el título de un blog fue tan exacto: "tiempo sin verte".

añil dijo...

Puedes decir cosas desgarradoras con una brisa que invita a seguir leyendo.
Un beso

virgi dijo...

Lo clavaste. Como si lo viera.
Bueno, mejor, como que lo ví.
Y bien que me alegras, cielo.
Besitos y besitos y besitos

Isabel dijo...

¡Esos hombres buenos! Los hay, difícil de encontrar, pero existen, y más buenos que el pan.

Abrazos

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